Cuentos de la colonia surrealista
El precio de la disciplina
El profesor Arturo Domínguez Cienfuegos es, a decir de él mismo, el mejor profesor que sus alumnos podrían tener; y existe la posibilidad de que así sea. Puede jactarse de que sus alumnos, en su totalidad, asisten a clase, participan, son respetuosos y jamás se burlan de él; cosa que casi ningún otro profesor puede decir.
Si bien es severo, sumamente estricto y exigente con sus pupilos, también es cierto que se preocupa por ellos; los escucha, conoce sus historias de vida, los aconseja y los defiende a capa y espada bajo la consigna de “nadie se mete con mis alumnos más que yo”. Quizás es por eso que sus alumnos en realidad lo respetan y lo quieren. Aunque también hay algunos (demasiados para su gusto) que le temen. Basta una mirada fija “del profe”, sin siquiera la necesidad de que este diga nada, para que sus alumnos dejen de hacer, al momento, lo que estén haciendo, aunque no sea nada malo, y se pongan nerviosos, tímidos…
Esto último no es algo que le guste a Arturo pero quizás sea, se dice a sí mismo, el precio que se tiene que pagar por la disciplina: Ni una risa, ni una burla, ni un solo comentario acerca de su persona. Aunque se equivoque, aunque no combine su ropa, aunque todo…
Últimamente el profesor Arturo Domínguez Cienfuegos se ha sentido un tanto estresado; la situación económica del país, sus gastos, sus múltiples actividades del día a día y la falta de tiempo libre, le impiden dormir de corrido y descansar por las noches. Esto le afecta directamente en su estado de ánimo y en sus acciones: Se muestra poco tolerante, más irritable que de costumbre, más distraído, olvida las cosas…
Sus alumnos se dan cuenta pero lo excusan, lo entienden, lo respetan, le temen. Por eso no se atreven a decir nada, pese a que los eventos van en aumento. Por respeto o temor, prefieren callar y hacer como que nada pasa, aunque sí esté pasando. Han aguantado estoicamente toda la semana, incluso pese al esfuerzo que significó mantenerse callados el día jueves.
Ese día en particular, el profesor Arturo Domínguez Cienfuegos se mostró completamente diferente a su estado habitual. Llegó a la clase veintitrés minutos tarde, no encontraba su bolígrafo para pasar lista, pese a tenerlo en la mano, se mostró muy poco tolerante y sacó a dos estudiantes del salón por estar platicando entre ellos (hecho que hizo que todos guardasen silencio durante el resto de la clase) y al final, logró dar a medias una explicación respecto al tema asignado para aquel día. Sus alumnos, al ver el estado de ánimo de su profesor, optaron por no decir nada más; ni durante la clase, ni el resto del día, en el que el carácter de su maestro no hizo sino ir empeorando sin que nadie, ni siquiera él mismo, supiera el porqué.
Al final, Arturo regresó a su casa agotado, fastidiado y molesto. Consciente de su estado de ánimo y dispuesto a despejarse, decide entrar al cuarto de baño a ducharse y olvidarse de todo, al menos por unos momentos.
Es entonces cuando se da cuenta, justo al hacer por quitarse el pantalón, de que en ningún momento se los puso, pues olvidó hacerlo, y que todo el día, desde las siete de la mañana que se fue a la escuela, estuvo paseándose a diestra y siniestra en bóxers… para variar rojos, y que sus alumnos, por respeto o miedo decidieron no decir absolutamente nada y dejarlo continuar así su jornada laboral. De lo contrario, dicen ellos, el profesor lo tomaría como una burla…
“¡Jijos de la chingada!”, dice el profesor Arturo Domínguez Cienfuegos, sin saber exactamente contra quién dirigir su enojo. “Pero me la van a pagar, los muy cabrones…”