La Columna J
“No eres libre, solo consumes libertad”
A pesar de los pesares, cualquier sistema implica una prisión. La libertad es un concepto pluridimensional; la única libertad real es la de resignificar lo que nos sucede.
Nuevamente le escribo a usted, estimado lector. Algo tiene el presente: es lo más real que podemos concebir. Bajo esa premisa, deseo que tenga un excelente día y, por supuesto, le extiendo mi agradecimiento por dar lectura a este reconocido medio, LJA.MX, que me brinda el espacio para plasmar mis ideas.
Epicteto vivió como esclavo durante aproximadamente cuarenta años de su vida. Así como lo lee. Imagínese lo complejo que debió ser: hoy nos quejamos de tener que pagar las tarjetas de crédito; ahora traslade esa situación a estar a merced absoluta de alguien más, a cambio únicamente de comida y un techo -en condiciones probablemente deplorables-. Epicteto fue un filósofo griego. Hasta donde se sabe, no dejó obra escrita. Sin embargo, sus enseñanzas fueron recogidas por su discípulo Flavio Arriano en dos textos fundamentales: las Disertaciones y el Enquiridión (o Manual), además de algunos fragmentos dispersos.
Algo muy común entre los estoicos era no aspirar a dejar un legado escrito, pues, en su visión, la propia existencia y presencia en el presente hacen innecesaria tal aspiración. Por eso, muchos de ellos no se enfocaron en escribir sus ideas, sino en vivirlas.
No obstante, hoy debemos sentirnos agradecidos por aquellos que sí se tomaron el tiempo de registrar esos pensamientos, pues sus palabras se han convertido en enseñanzas que han trascendido el tiempo y las formas sociales.
“El que tiene miedo a sufrir ya sufre de miedo”: Epicteto.
Epicteto utilizó la disertación y la oratoria como medios para fomentar el diálogo interior en quienes lo escuchaban. No lo hacía para impresionar, sino con el propósito de provocar una transformación íntima en sus alumnos. Fue, además, asesor de Nerón, y padecía una dolencia física en la pierna que le hacía cojear. Aun así, fue considerado en cada etapa de su vida un estoico incólume, dotado de una gran fortaleza. Su enseñanza no se medía por elocuencia, sino por la congruencia entre lo que decía y lo que vivía.
Fue liberado por Epafrodito y, poco tiempo después, cuando el emperador Domiciano expulsó a los filósofos de Roma, se estableció en Nicópolis. Allí fundó su escuela y comenzó a impartir sus enseñanzas, atrayendo a un considerable número de alumnos. En tiempos donde la oscuridad lo devoraba todo, los destellos de luz eran alimento para las almas en búsqueda de sentido.
Epicteto insistía en prestar atención a lo propio, a la autoenseñanza, la autorreflexión y la contemplación. Decía que las estatuas, aunque no se muevan, contemplan el mundo con firmeza. Su legado no consiste en haber destacado entre los filósofos -pues eso sería banal-, ni en haber establecido un sistema de enseñanza, sino en haber personificado la sencillez, la profundidad, la dignidad, la paciencia y la congruencia.
“Por lo que a mí toca, no tiene gran importancia si parezco torpe al escribir, y para Epicteto no tiene ninguna el que alguien desprecie sus discursos, puesto que era evidente que al pronunciarlos no pretendía cosa alguna que no fuera mover a lo mejor los ánimos de sus oyentes. Si estos discursos consiguieran al menos eso, creo, lo que han de tener los discursos de los filósofos”: Dedicatoria de las Disertaciones de Arriano a Lucio Gelio.
En su obra titulada Enquiridión, se reúnen 53 máximas o aforismos, centrados en enseñar a distinguir lo que depende de nosotros de lo que no, lo cual es, a su vez, la piedra angular de la libertad interior. Allí también se señala la importancia del autocontrol y la aceptación del destino sin darle demasiadas vueltas. Uno de sus principios más poderosos es la indiferencia ante el dolor o el placer, pues ambos, tarde o temprano, son vencidos por el tiempo. Quizá su enseñanza más vigente en el mundo moderno sea la serenidad ante la adversidad.
Su pensamiento inspiró a personas tan distintas como Marco Aurelio, Montaigne, Pascal, Descartes, Viktor Frankl y Nelson Mandela. Esto resulta sorprendente, considerando la abismal distancia temporal entre él y estos pensadores. La vigencia de su filosofía prueba su fuerza: la verdad, cuando es vivida con coherencia, no se oxida con los siglos.
Epicteto no tuvo una muerte violenta ni dramática. Falleció por causas naturales hacia el año 135 d.C., ya siendo un hombre mayor. Pasó sus últimos años haciendo aquello que le acercaba a la virtud: enseñar. Murió con serenidad, con su propio “memento mori” en calma, en plena coherencia con su filosofía. Su muerte reflejó su vida: austera, reflexiva y en paz con la naturaleza de las cosas.
Para cerrar esta columna, le comparto una enseñanza que encierra su visión más radical de la libertad:
“Puedes ser invencible si no te avienes a ningún combate en el que no dependa de ti vencer. Pues si la esencia del bien está en lo que depende de nosotros, no hay lugar para la envidia ni para los celos. Tú mismo no querrás ser general, ni prítano, ni cónsul, sino libre. Y para eso hay un camino: el desprecio de lo que no depende de nosotros”: Epicteto.
In silentio mei verba, la palabra es poder. La filosofía es libertad.