Sobre la guerra cultural | El peso de las razones por: Mario Gensollen

TE PUEDE INTERESAR

El peso de las razones 

Sobre la guerra cultural

Detalles antes triviales ahora levantan pasiones encendidas. Un chiste en una película, la letra de una canción o el comentario espontáneo de alguien en redes sociales pueden desatar discusiones furibundas. Parece que nada escapa a la polarización. Todo acto cultural -por pequeño que sea- se analiza con lupa ideológica. Si antes la cultura servía para conectar y disfrutarnos mutuamente, ahora a veces parece que sirve para dividirnos en bandos opuestos. Y es que la llamada “guerra cultural” se ha instalado en nuestras vidas cotidianas, infiltrándose hasta en las conversaciones más inocentes.

¿En qué consiste exactamente esta guerra cultural? Es una metáfora para describir un enfrentamiento de ideas y valores. En la guerra cultural, diferentes grupos en la sociedad combaten por imponer su visión del mundo como la dominante. Las trincheras no están en campos de batalla físicos, sino en las aulas, televisión, redes sociales y sobremesas familiares. Es una confrontación entre visiones opuestas sobre temas como la identidad, la moral, la historia o el arte. Cada debate sobre lenguaje inclusivo, sobre una obra de teatro polémica o sobre los contenidos de los libros escolares se vive como si en ello nos jugáramos el futuro de la sociedad.

Como en toda contienda, hay bandos bien definidos. Por un lado, están quienes podríamos llamar progresistas culturales. Son activistas, intelectuales o ciudadanos que quieren cambiar lo que consideran injusto en la sociedad. Denuncian el racismo, el machismo, la homofobia o cualquier forma de discriminación en la cultura. Para este grupo, muchas obras del pasado y actitudes tradicionales perpetúan prejuicios, y sienten que deben combatirlas. Por eso cuestionan canciones antiguas por letras ofensivas, critican películas clásicas por sus estereotipos o piden retirar homenajes a personajes históricos de conducta reprochable. Su objetivo declarado es lograr una sociedad más justa y sensible, depurando la cultura de todo aquello que consideran tóxico o retrógrado.

Frente a ellos está el bando tradicionalista o conservador. Aquí se agrupan quienes defienden valores de toda la vida y miran con recelo las novedades que trae la ola progresista. Para este otro sector, las iniciativas “woke” o políticamente correctas se han vuelto excesivas y amenazan con borrar la identidad cultural y las libertades individuales. Son las voces que protestan diciendo que ya no se puede bromear de nada sin que alguien se ofenda, o que ven en peligro costumbres y obras clásicas por culpa de una supuesta censura moderna. En este bando hay comentaristas indignados por la “corrección política”, plataformas que se oponen a cambiar el nombre de calles o a quitar estatuas, e incluso políticos que llaman a defender “los valores occidentales” o “la tradición nacional” frente a lo que consideran un ataque relativista. Su meta es preservar lo que ven como la esencia cultural de su comunidad, resistiendo lo que sienten como imposiciones radicales o modas importadas.

Lo más irónico de esta guerra cultural es que ambos bandos terminan pareciéndose en sus métodos. Unos y otros, desde sus trincheras ideológicas, usan la cultura como arma arrojadiza. Los progresistas culturales organizan campañas para cancelar o censurar aquello que ofende sus valores, y los tradicionalistas boicotean expresiones culturales que desafían sus creencias. Un lado quiere reescribir cuentos infantiles porque encierran mensajes machistas; el otro quisiera prohibir libros contemporáneos que cuestionan la religión o la patria. Un extremo tacha de “fascista” cualquier opinión disidente, el otro reparte etiquetas de “degenerado” o “antipatriota” a quien piensa diferente. Ambos, al final del día, reducen la cultura a un territorio de combate moral, donde todo se evalúa en blanco o negro: o estás conmigo o contra mí. Incluso autoridades e instituciones se han sumado a esta contienda. Así, la cultura -que debería ser un punto de encuentro, un espacio para la creatividad y el diálogo- queda atrapada entre fuegos cruzados.

Frente a esta dinámica asfixiante, me alineo con lo que defiende Juan Soto Ivars en La trinchera de las letras. Soto Ivars, que subtitula su libro “la batalla cultural contra la libertad y el conocimiento”, alerta de que esta contienda ideológica está socavando la libertad de expresión y empobreciendo el debate público. En pocas palabras, aboga por salir de las trincheras y volver a conversar con tolerancia, para que la cultura no sea un campo de batalla sino un verdadero espacio de encuentro y crecimiento.

La guerra cultural, lejos de beneficiarnos, nos empobrece como sociedad. Y nos empobrece en un sentido muy básico: al polarizarnos y obligarnos a elegir trincheras, reduce la variedad de ideas y voces que podemos escuchar. Cuando un bando silencia al otro, todos perdemos matices, perdemos comprensión. Al suprimir artificialmente las diferencias y los desacuerdos, la guerra cultural nos priva de los insumos que necesitamos para progresar. Dicho de manera más sencilla: sin diversidad de opiniones y sin debates genuinos, nos quedamos sin el alimento intelectual y ético que nos hace mejorar. Para aprender más y para ser mejores personas o sociedades necesitamos contrastar nuestras ideas con las de otros. Si solo escuchamos una campana, nunca sabremos cómo suenan las otras ni podremos afinar nuestra propia melodía. Cuando todas las voces discordantes se callan por miedo o por censura, caemos en una especie de monocultivo del pensamiento: un terreno donde siempre se siembra la misma idea una y otra vez, hasta agotar el suelo.

En cambio, el desacuerdo y la diferencia son como el abono. Cada vez que alguien nos lleva la contraria con argumentos, nos obliga a replantearnos lo que creíamos saber, a examinar nuestros sesgos, a ampliar la mirada. Puede que mantengamos nuestra opinión, pero será una postura más rica porque fue puesta a prueba; o puede que cambiemos de parecer y entonces habremos aprendido algo nuevo. Ambas cosas -reforzar una verdad o descubrir un error- solo suceden cuando hay diálogo y pluralidad.

Hay una larga tradición que va desde Platón hasta John Stuart Mill que sostiene que solo confrontándonos con lo distinto logramos un sano autodistanciamiento de nuestras propias creencias. Dicho de otro modo, es difícil ver los errores o limitaciones de nuestras ideas si nunca salimos de ellas. Cuando conversamos con alguien que piensa diferente, tomamos una cierta distancia de nosotros mismos: podemos observar nuestras convicciones desde fuera, casi como si fueran ajenas, y así evaluarlas con más objetividad. Ese ejercicio de salir por un momento de la propia perspectiva es fundamental para corregirnos. Y solo ocurre en contextos donde las ideas circulan libremente y existe un diálogo abierto y respetuoso. 

Al final, quienes defendemos todo esto frente a la guerra cultural estamos librando una batalla muy distinta. No peleamos para imponer una única visión del mundo, sino para que todas las visiones tengan cabida y se enriquezcan entre sí. Nuestra batalla es contra la nueva censura y el nuevo puritanismo que se disfrazan de virtud mientras asfixian la libertad. Nos oponemos tanto a la caza de brujas “progre” como a la inquisición “conservadora”. Esa mentalidad dogmática que, con distinta bandera, busca callar al que disiente y vigilar la pureza ideológica del discurso es el enemigo común de quienes creemos en el valor de la diferencia.

Si existe una guerra en la que vale la pena enlistarse hoy, es la guerra contra toda censura y fanatismo, venga del lado que venga. Solo combatiendo ese nuevo puritanismo que todo lo juzga y castiga podremos rescatar el auténtico espíritu de la cultura: el de un diálogo vivo, diverso y libre, capaz de enriquecernos a todos.

[email protected]

- Advertisement -spot_img
- Advertisement -spot_img

Recientes

Erat parturient curabitur gravida rutrum etiam per massa arcu sed

Inceptos phasellus magna et donec metus sodales tortor a tristique mollis habitant platea montes litora gravida lectus per lobortis tempus etiam non urna.
- Advertisement -spot_img

HOY EN LJA

- Advertisement -spot_img