En plena resaca del 4 de julio, Elon Musk anunció en su red social X la creación del “America Party”, una nueva formación política nacida de su ruptura con Donald Trump y de su descontento con el reciente proyecto de ley fiscal impulsado por la administración republicana. Lo que inició como un desacuerdo técnico por el déficit terminó derivando en una escisión con tintes personales y empresariales que ha sacudido la escena política estadounidense.
Musk, quien no solo fue el mayor donador individual a la campaña presidencial de Trump en 2024 (aportando al menos 250 millones de dólares), también dirigió el efímero Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE). Desde allí impulsó recortes de gasto que hoy considera traicionados por la “abominación” presupuestaria firmada por Trump. El proyecto de ley, calificado por el expresidente como “grande y hermoso”, habría elevado el déficit en hasta cinco billones de dólares, según el propio Musk.
La ruptura, como detallan CNN y medios como The Hill y Politico, se dio en una espiral pública de amenazas cruzadas. Musk eliminó publicaciones contra Trump en un intento de tregua, pero ante la firma de la ley, decidió reactivar la confrontación: anunció la creación del partido y prometió usarlo como plataforma para las elecciones intermedias de 2026. Su objetivo inmediato: impulsar un puñado de candidatos al Congreso que desafíen el statu quo fiscal.
Pero ni siquiera eso está claro. Aunque Musk bautizó el movimiento como “America Party” (o “Partido Estados Unidos” en otras versiones), no existen documentos oficiales ante la Comisión Federal Electoral que validen su existencia legal. De hecho, múltiples registros falsos y paródicos con nombres similares han aparecido, algunos con correos como [email protected], sin vínculo auténtico con Musk.
La propuesta partidaria de Musk se presenta como fiscalmente conservadora, pero carece de plataforma, liderazgo claro o estructura organizativa. Además, él mismo, al ser nacido en Sudáfrica, no puede postularse a la presidencia. Lo único tangible es su intención de confrontar al Congreso y su vieja red de aliados con su arma más poderosa: el dinero.
La apuesta no es menor. Las empresas de Musk dependen de contratos multimillonarios con el gobierno federal, desde lanzamientos de SpaceX hasta subsidios a Tesla y Starlink. Trump lo sabe, y no dudó en amenazar con cortar el flujo: “Elon ha recibido más subsidios que cualquier ser humano en la historia. Sin ellos, tendría que cerrar y volver a Sudáfrica”, dijo en Truth Social. Incluso dejó entrever que DOGE —la misma agencia que lideró Musk— podría ser reactivada para auditar sus negocios.
En este nuevo conflicto, el juego de poder es doble: Musk mide su influencia no solo como figura empresarial, sino como actor político. Y aunque su popularidad no compite con la de los partidos establecidos, su capacidad de imponer agenda desde X y de movilizar capital lo convierten en un factor a observar. Aun así, como recordó el secretario del Tesoro, Scott Bessent, “los principios de DOGE eran populares… pero Elon no lo era”.
Históricamente, los terceros partidos en EEUU han tenido impacto limitado. Ni el Partido Verde, ni el Libertario, ni las candidaturas de Ross Perot lograron romper el cerco del bipartidismo. El “America Party” enfrenta los mismos obstáculos, pero con una diferencia sustancial: su fundador no necesita ganar para hacer ruido; le basta con sacudir la mesa.
A falta de estructura legal y con un liderazgo fantasmal, el nuevo partido de Musk parece más una declaración simbólica que un proyecto político viable. Pero en tiempos donde las redes sociales redibujan los campos de batalla políticos, incluso un símbolo puede tener consecuencias reales. Y si algo ha demostrado Musk, es que sabe mover mercados y titulares. Falta ver si también puede mover votantes.