Durante años, Donald Trump evitó criticar abiertamente a Vladimir Putin. Hoy, ese guion parece estar cambiando. El presidente estadounidense ha pasado de calificar al líder ruso como “astuto” y “genial” a acusarlo de lanzar “tonterías” y estar detrás de una masacre constante. En palabras del propio Trump: “Putin no trata bien a las personas. Mata a demasiada gente”.
Este cambio de tono no se limita a la retórica. Después de haber suspendido temporalmente el envío de armamento a Ucrania –lo que generó alarma entre sus aliados y provocó que Kiev citara al encargado de negocios de EEUU–, Trump autorizó nuevamente el suministro de armas defensivas, incluidos 10 sistemas antimisiles Patriot. La razón, según él: “Tenemos que hacerlo. Tienen que poder defenderse”.
El giro es significativo. A diferencia de su habitual ambigüedad, Trump reconoció públicamente que Putin “está matando a mucha gente”, y que la guerra “nunca debió haber ocurrido”. También valoró el coraje del ejército ucraniano y dejó entrever que la inversión estadounidense en su defensa no ha sido un despilfarro, a pesar del desdén de sectores conservadores que cuestionan el apoyo a Kiev.
Pero el viraje no es absoluto. A pesar de su creciente frustración con Putin, Trump sigue sin comprometerse del todo con el proyecto de ley bipartidista del Senado que propone sanciones severas a Rusia. Lo considera “seriamente”, pero no ha dado luz verde. Entre esas sanciones figura un arancel del 500% a las importaciones de países que sigan comprando petróleo ruso, como China e India, una medida con implicaciones geopolíticas considerables.
Este aparente endurecimiento también responde al contexto: el reciente ataque ruso con drones sobre Ucrania, uno de los más intensos hasta la fecha, elevó la presión política sobre Trump, quien se ha comprometido a resolver el conflicto “en un solo día”. Sin embargo, sus intentos de diálogo directo con Putin han sido infructuosos. Según analistas, Trump habría comenzado a sentirse manipulado por su homólogo ruso, quien “es muy amable, pero no dice nada con sentido”, como admitió esta semana.
La administración estadounidense, por su parte, mantiene la narrativa de que el cambio de postura se debe a una “revisión estándar” de la ayuda militar global. Pero es difícil ignorar que este viraje ocurre tras semanas de estancamiento diplomático, presión internacional y una creciente percepción de que Trump sobreestimó su capacidad para negociar con el Kremlin.
Trump ha jugado por años a la imprevisibilidad, al punto que su retórica puede virar sin previo aviso. Aun así, hay señales de que esta vez el cambio podría ser más duradero. Ha dejado de repartir culpas por igual entre Rusia y Ucrania, y sus declaraciones recientes apuntan a una frustración real, incluso personal, con Putin.
No obstante, cabe preguntarse si este giro obedece a convicciones estratégicas o al cálculo político. Después de todo, Trump necesita mostrar resultados: prometió la paz, pero enfrenta una guerra que se recrudece y una opinión pública que observa con escepticismo. Si este ajuste de tono perdura o se revierte –como ya ocurrió en el pasado–, dependerá tanto de la evolución del conflicto como de las necesidades políticas del presidente estadounidense.