Imagina vivir toda tu vida en la misma colonia, ser parte de su historia y de su comunidad, y que un día te veas obligado a desalojar tu hogar porque será convertido en un Airbnb, porque ya no puedes pagar la renta excesiva o porque ahora es una zona completamente insegura. Cada uno de estos escenarios es una realidad para muchas personas en México, y cada vez es más frecuente. El mercado inmobiliario —a menudo con ayuda del gobierno— se encuentra detrás de este modus operandi, y la llegada de los llamados “nómadas digitales” ha provocado el desplazamiento de residentes en múltiples ciudades. Ahora, la Ciudad de México alza la voz contra un problema persistente y creciente: la gentrificación.
Hablemos de gentrificación
La abogada especialista en derechos humanos y vivienda, Carla Escoffié, lleva años hablando del tema, y no es sorpresa: la gentrificación ha estado presente en México desde hace décadas. Tal vez no con el mismo impacto, pero sí con resultados similares.
Si alguna vez has visitado Yucatán, Oaxaca o Sayulita, probablemente sabes a qué nos enfrentamos: espacios llenos de extranjeros, costos elevados en alimentos, bebidas y alojamiento, un mercado dirigido exclusivamente al turismo, bajos salarios, arquitectura colonial, y una vivienda casi imposible de pagar para los residentes originarios.
Los efectos de la gentrificación van desde el desplazamiento de una población —a menudo de escasos recursos o clase media— por otra con mayor capacidad económica, que se instala en barrios comúnmente considerados de “mala fama” o “abandonados”. La justificación de estos desplazamientos, promovida por políticos y empresarios bajo el discurso del “progreso”, responde a una lógica capitalista que solo beneficia a una parte de la sociedad y que, además, falla en garantizar derechos básicos al mexicano promedio.
¿Por qué se protesta?
El pasado viernes 4 de julio, mientras en Estados Unidos se celebraba el Día de la Independencia, cientos de personas en la Ciudad de México se movilizaron para reclamar la suya: el derecho a habitar, permanecer y proteger sus territorios de manera digna. La marcha, la primera protesta masiva contra la gentrificación en la ciudad, fue convocada por activistas, vecinos y colectivos como Frente Anti Gentrificación, Gentrificación en tu idioma y el Frente Nacional por las 40 Horas, entre otros.
La protesta se concentró en zonas como Condesa, Roma y Juárez, donde la gentrificación ha tenido mayor impacto. La popularización de estas colonias ha traído consigo turismo masivo, un aumento excesivo en el costo de las rentas, una alta concentración de alojamientos turísticos como Airbnb y el desplazamiento de sus residentes.
Las calles se llenaron de carteles con mensajes como “El hogar es un derecho, no un lujo”, “La gentrificación es colonización” y “La ciudad no se vende, se defiende”, visibilizando experiencias colectivas e invitando a más personas a alzar la voz.
El mensaje es claro: es necesario regular el turismo, poner límites a la especulación inmobiliaria y priorizar el acceso a una vivienda digna para los mexicanos antes que para los extranjeros.
Una lucha que va más allá del rechazo a los extranjeros
Algo es cierto: la crisis de vivienda en la Ciudad de México existe desde mucho antes de la llegada de los extranjeros, y no se limita únicamente a la presencia de los llamados gringos. Este problema se remonta a décadas de políticas urbanas excluyentes y de falta de regulación del mercado inmobiliario. Sin embargo, la llegada del turismo masivo ha acelerado el proceso de gentrificación. Y no es exclusivo de la Roma o la Condesa: es la misma historia en muchas otras zonas del país. Basta con voltear a tu alrededor para notar que ese vecino extranjero recién llegado probablemente nunca experimentará la incertidumbre o el miedo de ser desalojado de su hogar.
Consignas como “Gringo go home”, que han sido malinterpretadas como expresiones de xenofobia, se han convertido en símbolos del descontento de decenas de habitantes. Funcionan porque apelan a una experiencia compartida, pero el mensaje es mucho más profundo. El foco no está únicamente en los individuos que llegan, sino en las políticas que lo permiten y lo fomentan.
La gentrificación es un fenómeno complejo que impacta directamente a los más vulnerables. Reconocerla como un verdadero problema —y no calificar sus críticas como xenofobia— es el primer paso para construir soluciones colectivas que beneficien a quienes realmente habitan la ciudad. Porque habitar no es un privilegio, sino un derecho.