El corazón del Hill Country texano, una región de colinas escarpadas y ríos angostos, hoy late con dolor y desconcierto. La madrugada del 4 de julio, una crecida súbita del río Guadalupe arrasó con todo a su paso en el condado de Kerr, dejando al menos 104 muertos, entre ellos 28 niños, y decenas de desaparecidos. El epicentro emocional y mediático de la tragedia es el Campamento Mystic, un tradicional retiro cristiano para niñas, donde 27 campistas e instructoras murieron y otras más siguen desaparecidas. Mientras continúan las labores de búsqueda, emergen preguntas urgentes: ¿qué falló? ¿Se pudo evitar?
La noche en que el agua lo cambió todo
En cuestión de 45 minutos, el río Guadalupe se elevó casi ocho metros, desbordando sus márgenes con una fuerza que ni los habitantes más antiguos recuerdan haber visto. Las cabañas del Campamento Mystic, ubicadas a pocos metros del río, fueron arrastradas mientras las niñas dormían. Testimonios como el de Stella Thompson, de 13 años, describen escenas de pánico, oración y desconcierto. Algunas lograron salvarse por estar en zonas altas, como Caroline Cutrona, consejera del campamento, que se enteró de la magnitud de la tragedia horas después, cuando notó que las niñas eran evacuadas sin previo aviso y las alertas de emergencia nunca llegaron a sus teléfonos confiscados durante sus turnos laborales.
El escenario en la región es desolador: colchones, refrigeradores y árboles arrancados del suelo cubren las orillas del río. Voluntarios y familiares intentan colaborar en las búsquedas, a pesar de los llamados oficiales a mantenerse alejados por seguridad.
Una tragedia anunciada… geográficamente
Expertos como Hatim Sharif, de la Universidad de Texas, recuerdan que esta no es la primera vez que el río Guadalupe se desborda con consecuencias fatales. El condado de Kerr está dentro del llamado “Flash Flood Alley”, una franja de terreno particularmente propensa a inundaciones repentinas por su topografía escarpada, suelo poco absorbente y la influencia del aire cálido del Golfo que se condensa al chocar con la escarpa de los Balcones. La tragedia del 4 de julio no fue una anomalía, sino una catástrofe amplificada por condiciones climáticas preexistentes y una infraestructura de alerta deficiente.
¿Y las alertas?
Las autoridades estatales y federales se enfrentan ahora a una oleada de cuestionamientos. Aunque el Servicio Meteorológico Nacional (NWS) asegura haber emitido alertas desde el jueves por la tarde, muchos habitantes no las recibieron a tiempo. Dalton Rice, funcionario municipal de Kerrville, reconoció públicamente que el condado carece de un sistema integral de alertas de inundación y que depender únicamente de publicaciones en redes sociales o alertas localizadas fue claramente insuficiente.
La crítica no se detiene ahí. Según una investigación de The New York Times, desde 2017 se habían solicitado fondos federales para instalar sirenas o sensores a lo largo del río Guadalupe, pero los recursos fueron rechazados, incluso durante administraciones previas del propio presidente Trump, que hoy también es señalado por otros flancos.
¿Recortes con consecuencias?
La tragedia ha derivado en un enfrentamiento político. Chuck Schumer, líder demócrata en el Senado, pidió una investigación sobre el impacto de los recortes en el Servicio Meteorológico Nacional durante la administración Trump. La agencia, dependiente del Departamento de Comercio, enfrenta más de 130 vacantes, incluyendo puestos clave como hidrólogos y meteorólogos en zonas como Texas. Medios como The Hill y The New York Times afirman que estos recortes, combinados con jubilaciones forzadas impulsadas por el Departamento de Eficiencia liderado por Elon Musk, han debilitado severamente la capacidad de respuesta ante emergencias.
La Casa Blanca niega cualquier responsabilidad y califica las acusaciones de “mentiras despreciables”. La vocera oficial insistió en que el NWS cumplió con su deber y emitió alertas con más de 12 horas de antelación. También recordó que Trump ha impulsado la renovación de los sistemas meteorológicos nacionales, aunque dicha modernización no ha concluido.
Dolor, impotencia y una oportunidad perdida
La tragedia ha cobrado vidas concretas: niñas como Renee Smajastrla, de 8 años, las hermanas Blair y Brooke Harber, de 13 y 11 años, o Julian Ryan, un joven que murió salvando a su familia en un parque de casas rodantes. Las historias se multiplican en redes sociales y noticieros, y muestran una constante: muchas de estas muertes ocurrieron mientras las víctimas dormían o intentaban escapar sin tiempo.
Más allá de los datos, el desastre expone una vieja tensión en el manejo de emergencias en Estados Unidos: ¿cuánto vale la prevención? En Texas, la respuesta parece ser que no lo suficiente. Mientras se invertían 51 mil millones de dólares en alivios fiscales, solo una fracción fue destinada al control de inundaciones, a pesar de que los técnicos estatales estimaban una necesidad de 54 mil millones para evitar catástrofes como esta.
El condado de Kerr está de luto, pero también bajo la lupa. La mezcla de fallos humanos, desinversión pública, negación institucional y una naturaleza implacable ha provocado más que una tragedia estacional: ha expuesto las grietas de un sistema que se sabía vulnerable, pero no se quiso reforzar.